¡Santos taquiones, Batman! (Sobre el tiempo en historieta)
El tiempo es sin duda alguna el gran protagonista silencioso de toda historieta.
No, Capitan Tiempo, no me refiero a vos.
Venimos de trabajar en fotografía, donde el tiempo no es un elemento al que le prestemos mayor atención. Es decir, nos interesa el instante capturado, pero no usamos el tiempo para coser esos instantes, hacerlos dialogar, darle sentido al todo, articularlo. Uno podría pensar que esto se debe a que el soporte de la fotografía, la imagen quieta (ya sea en papel o en pixels), no es el ideal para representar el tiempo. Y sin embargo, ahí llega la historieta, en su soporte estático para hacer del tiempo su elemento fundamental y destruir esta suposición.
Incluso en historietas de un solo cuadro se puede percibir el paso del tiempo. ¿Cuál es entonces la diferencia entre una historieta de un solo cuadro y una fotografía? Tendremos que buscar esta diferencia en el código de cada uno de estos medios, ya que si la diferencia no está en lo que percibimos, debería estar en los mecanismos que ponemos en juego para percibirlo. ¿Cómo leemos una historieta, cómo leemos una foto? Recordemos que la fotografía crea esta ilusión de realidad, de mensaje sin código que nos compele a entenderla más como una “prueba” que como una creación. Mientras que la foto basa su existencia en esta ilusión de realidad, la historieta parte de la premisa opuesta: que el universo del que forma parte es falso.
Es decir, si mirásemos la misma foto, en una nota de la sección “policiales” del diario, y en la sección de historietas del final, en la primera nos preguntaríamos probablemente qué está pasando en la foto, pero si la misma, exactamente la misma imagen, fuese una viñeta, nos permitimos la licencia de reconstruirla, de crearle un pasado y un futuro, de ver el tiempo en desencuadre.
La magia del tiempo en la historieta es que la mayoría de las veces no está explicitado. Es decir, salvo ocasiones precisas donde el comic necesita de un anclaje más específico, que puede ser una viñeta en «off», una hoja de calendario, un reloj despertador, el comic logra que decodifiquemos el tiempo sin la ayuda de rastros lingüísticos que aporten la información de su estado puntual. Esto significa por supuesto que el tiempo, en la historieta, está codificado.
Ahora bien, y parafraseando a Barthes, esta codificación no tiene la simplicidad del alfabeto, del código vial o de los uniformes militares. Cuando desciframos el paso del tiempo en una historieta, no contamos con un catálogo unívoco de signos, al estilo de «una viñeta más larga significa más tiempo», o «el cambio de color indica que anochece». Es decir, todo esto puede ser cierto, pero no siempre. Cada historieta, incluso cada página, desarrolla su propia convención, y aún así, el código es común a toda la historieta.
De manera que hay que reformular nuestra afirmación anterior: no solo el tiempo está codificado en la historieta, si no que el tiempo es parte del código de la historieta. Respira con ella, es uno de sus órganos vitales, pero solo uno, que se apoya en todos los demás y solo en conjunto con ellos funciona (¿les suena «sistema»?).
Y no hay que olvidar que el tiempo ofrece desde ya una variedad de «signos” para su codificación en un medio. Desde la simple correlación de causa consecuencia (sabemos que un fósforo encendido es algo que sucede inmediatamente después de raspar dicho fósforo contra la caja), la duración de acciones que conocemos lo suficiente para estimar cuánto demoran en completarse (sabemos que un fósforo tarda un instante en encenderse desde que es raspado, y unos segundos, quizá un minuto, en consumirse completamente), elementos de la naturaleza (el color del día a medida que pasan las horas, las estaciones).
El código de la historieta aprovecha todas estas convenciones. No le pertenecen, pero se nutre de ellas, y las potencia con elementos que sí le pertenecen, como el tamaño y forma de las viñetas, puesta en página, onomatopeyas, etc. Las reformula, y con ellas construye su propio código de tiempo.
El límite de la historieta es su código, pero dentro de ese límite puede vulnerar otros límites que la realidad sí tiene y ella no: una historieta puede tranquilamente colocar a un mismo personaje en varios lugares en una misma viñeta, y el lector que conoce el código de la historieta entendería inmediatamente que ese personaje estuvo en todos ellos, moviéndose erráticamente: no se le ocurriría pensar que había varios personajes iguales en el mismo lugar en el mismo momento.
Esta codificación abierta, puede ser (y es) aprovechable también para «hacer trampa». Es decir, llevar el medio a su límite. ¿Qué pasa cuando no sabemos cuánto tiempo transcurrió de una viñeta a otra, pero esta vez es porque la historia intencionalmente quiere que perdamos la noción del tiempo? ¿Qué pasa cuando pensamos que sabemos cuánto tiempo pasó, pero una viñeta inesperada nos sorprende y revela que en realidad no teníamos idea?
¿Qué pasa cuando los recuerdos y las premoniciones comparten un espacio, y el tiempo es pasado, presente y futuro a la vez?
Todas estas cosas son posibles en un medio cuyo soporte para representar el tiempo y el espacio es el mismo, y las combinatorias son infinitas.
Pero esta destreza solo es posible una vez que uno haya mastereado (sí, invento palabras) el uso del tiempo tal y como la historieta lo propone. Cuando intentamos transgredir una regla sin comprenderla completamente, el resultado es burdo. Así que primero lo primero: a dominar el tiempo.