Escribir la historia con luz.
Por Alexis Gabriel Francisco
«El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia. Uno no está en casi ninguna parte».
Alejandro Dolina.
El proceso de diseño implica una inmensa obliteración: eliminamos todo aquello que nuestra pieza pudo ser, para quedarnos únicamente con una posibilidad: la pieza que es. En este camino de tachones y papeles en el cesto, que separa la idea abstracta, posible pero inexistente, de la pieza final, real, un fragmento mutilado pero inequívoco del universo, suceden una gran cantidad de decisiones. Esas decisiones hacen evidente, por nuestra parte, una toma de partido.
En la fotografía documental quizá el proceso significante que cobra más relevancia es el encuadre. Cuando con una cámara en nuestras manos nos proponemos documentar una situación exógena, el elemento crucial es justamente la falta de control. Esto de ninguna manera anula nuestra subjetividad: a despecho de la romantización que se hace de la objetividad (como si fuera deseable o, incluso, posible) el hecho de no tener control sobre los hechos, luz, movimiento, paisaje, protagonistas y situaciones, lejos de someternos a los designios de la «realidad», nos deja a solas con una herramienta que nos permitirá teñir nuestro discurso de una potencia inusitada (pero también, mentir descaradamente si nuestra ética es pobre).
Este recurso es el encuadre.
Cuando encuadramos seleccionamos un fragmento de universo. Todo lo demás queda afuera de nuestra foto y del mundo: solo existe aquello que decidimos mostrar. Este recorte construye realidad, porque este fragmento pasa a ser totalidad para quien lo percibe.
Cuando elegimos dejar algo por fuera de nuestro encuadre, conceptualmente sucede que no nos hacemos cargo de ese algo. Sea porque no nos interesa, porque no queremos mostrarlo, porque atenta contra el mensaje que queremos dar o porque no lo representa. Esta decisión es inevitable. Ya que la fotografía opera necesariamente un recorte (no se puede mostrar todo en simultáneo) la elección de qué mostrar es subjetiva, y atravesada por un montón de factores: ideológicos, éticos, estéticos.
¿Qué elegiremos mostrar cuando saquemos fotos en una marcha? ¿El lado festivo, la alegre rebeldía, los bailes y tambores? ¿La situación de familia y hermandad, la gente que lleva a sus criaturas, gente desconocida que se abraza como si se conociese de toda la vida? ¿Violencia, personas encapuchadas, cristales rotos, paredes grafiteadas y basura en la calle? ¿Violencia de la otra, policial, gases, golpes y la pedantería del aparato represor del Estado?
Todas esto coexiste en una marcha, en proporciones que es quizá imposible medir. Seremos, con nuestras cámaras, quienes daremos los datos para pensar esa proporción, y allí tendremos que hacernos cargo de qué quisimos mostrar y qué no.
Si el encuadre es aquello que decidimos mostrar, ¿eso significa que el resto del universo es el desencuadre? No. Para que algo sea desencuadre, no alcanza simplemente con que esté fuera del cuadro: el desencuadre, a diferencia de aquello que la cámara simplemente ignora, está en la foto. Existe en ella a modo de indicio. Si la foto es una huella, el desencuadre es el pie que la generó: aunque no veamos el pie, su existencia es necesaria, evidente. Está contenida de alguna manera en el cuadro, y mediante esta referencia silenciosa agrega significado y potencia al mensaje.
Nuestros desencuadres harán un mensaje sólido, y su construcción y elección teñirá nuestras imágenes de una poesía particular, personal: nuestra mirada.
Ya mediante lo que encuadramos, ya mediante lo que dejamos entrever mediante el desencuadre e incluso mediante aquello que decidimos dejar absolutamente fuera de nuestro mensaje, al fotografiar estamos construyendo sentido, mensaje, realidad.
La elección de qué sentido, qué mensaje y qué realidad, es necesariamente política, ética y (debería ser) responsable y comprometida.
Fotografías: