Por Leandro Cerliani

Estás Polaroids conforman un universo gráfico.

 

Estas también.

 

Las imágenes dispuestas más arriba constituyen piezas de un mosaico que representa a uno o varios personajes que habitaron un mundo distante, peligroso y maravilloso a la vez. El sentido de las fotos está en lo que muestran pero también en lo que no. Son lo que sugieren y lo que esconden. ¿Cómo habrán sido los habitantes de ese mundo? ¿Qué sentían? ¿Qué sería un problema o una victoria para ellos?

Fotografiar puede ser observar un objeto, analizar su forma y entender su contexto para disparar un mensaje. Y no necesariamente un mensaje literal, traducible a palabras: bien puede ser una sensación o un sentimiento. Algo que despierte en el observador una reacción mental y física que le permita reconstruir aquello que la imagen no muestra: la presencia de un aroma, la vibración de un sonido.

Según Roland Barthes el objeto adquiere sentido cuando se torna social. No existe un objeto neutro de sentido, todo lo que nos rodea carga con el peso de la connotación. Entonces, lo que vemos a través de estas imágenes no es solo, por ejemplo, un teléfono: es mucho más que la limitada cantidad de materia que lo compone y la función para la que fue fabricado.

Además la manera en que cae la luz, la textura de la impresión, el clima visual generado por el artista aportan a la construcción de sentido. No estoy viendo LA realidad, estoy viendo SU realidad. Y dentro de nuestras mentes se formarán diversas respuestas a todos los interrogantes nacidos a partir de lo visto.

El artista en cuestión es Robert Mapplethorpe quién retrató como nadie la New York de los 70 y 80. Nació en un barrio de Queens y se crío bajo una educación católica tradicional. Estudió arte en el Pratt Institute cerca de Brooklyn donde recibió diversas influencias, como la del trabajo de Marcel Duchamp. Hizo base en el mítico Hotel Chelsea y, con Patty Smith a su lado, fotografió de manera pasional y desprejuiciada lo que ocurría en su vida: la falta de dinero para producir arte (a veces, incluso, para comer), la experimentación formal en busca de un lugar en la escena artística, el homoerotismo y el S&M, los valores religiosos en contraposición con la experimentación sexual. Todo esto en el ambiente más efervescente y bohemio que pueda imaginarse. Mapplethorpe no era un visitante documentando desde afuera, ese era su mundo.  Fotos y colleges, sexo, amor, adicciones, belleza, HIV, búsqueda, decadencia, consagración: todo eso y más fue su vida.

Siendo peligrosamente reduccionista hay dos grandes etapas del trabajo fotográfico de Mapplethorpe: Polaroid y Hasselblad, haciendo referencia al tipo de cámara e imágenes que cada una producía. En este caso el foco está puesto en la primera porque la Polaroid, portátil e instantánea, le permitió plasmar su mirada de lo cotidiano de una forma inmediata y lúdica: nos permiten reconstruir parte su vida sin haber estado allí.

 

La intención de dejar toda referencia temporal y espacial para el final del texto tuvo su intencionalidad: el ordenamiento de las imágenes fue algo antojadizo y seguramente la relectura que hagan ahora de las fotos cambie, al menos un poco. Ya no es cualquier lugar, ya no remiten a cualquier año. Las imágenes hablan del artista y de las personas y paisajes que le dieron forma a su vida. Y es en nuestro ejercicio donde debemos ser capaces de algo similar: construir con imágenes (y con la ausencia de ellas) el perfil de un personaje al que no conoceremos jamas.

 

Busco la perfección de la forma. Lo hago con  los retratos.
Lo hago con pijas. Lo hago con flores.

Robert Mapplethorpe

 


Bibliografía

Polaroids: Mapplethorpe. Sylvia Wolf, ed. Preztel (2007)
Brochure de la muestra «Robert Mapplethorpe, Eros and Order», MALBA (2010)
Mapplethorpe Fundation: www.mapplethorpe.org/
La semántica del Objeto. Roland Barthes.